Más de 2,3 millones de personas en prisión, casi una cuarta parte de la población carcelaria del mundo. Más instalaciones correccionales que cualquier otro país, a un costo federal de $80 mil millones al año. Estas son estadísticas sorprendentes para un país generalmente considerado como “La Tierra de los Libres”. Es más, a pesar de que las tasas de delitos violentos disminuyeron en un 51% y los delitos contra la propiedad en un 54% en los últimos 25 años, la población carcelaria se ha más que duplicado durante ese tiempo. ¿Qué está pasando? ¿Para qué usa el gobierno las cárceles?
En la América colonial, las cárceles se usaban para castigar el “pecado individual” de alguien que violó la ley. Eso estaba relacionado con la idea religiosa de “expiación” (redención personal a través del sufrimiento). En el siglo XIX, creció una filosofía alternativa que consideraba las cárceles como centros de reeducación donde los convictos aprenderían a respetar el orden y la autoridad. Este movimiento creó las condiciones para la “era progresiva” de principios a mediados de los 1900, donde la misión de las cárceles estadounidenses se convirtió en rehabilitación de los prisioneros. Para reflejar esta reforma de la justicia penal, las cárceles fueron renombradas brevemente como “instituciones correccionales”. Pero eso no duró mucho.
Con el rápido aumento de la delincuencia en la década de los 1960, los políticos se volvieron “duros con la delincuencia”. La legislación, desde la “guerra contra las drogas” de Nixon hasta el proyecto de “ley sobre delitos” de Clinton de 1994 trajo penas de prisión más largas, y la rehabilitación fue reemplazada por un modelo punitivo” que priorizó la justicia y la necesidad de que el castigo de alguien sea igual a su crimen. Este modelo ha ido de la mano con un cambio en la política del gobierno hacia penas más severas por delitos no violentos, específicamente delitos relacionados con drogas. Esto ha impactado desproporcionadamente a grupos minoritarios, incluyendo a afroamericanos e hispanos que ahora representan más del 60% de la población carcelaria.
Estas políticas son en gran parte responsables de las altas tasas de encarcelamiento que vemos hoy, a pesar del hecho de que el sistema penitenciario actual parece ser ineficaz en rehabilitar a las personas. Imaginemos la siguiente historia como un ejemplo:
Isaiah es un hombre afroamericano nacido y criado en el centro de la ciudad de Baltimore, en Maryland. Creció en una familia con poco dinero, y su escuela secundaria pública local tiene una baja calidad de enseñanza y considerables afiliaciones a bandas criminales. Sin embargo, a pesar de estas circunstancias, Isaiah espera trabajar duro para ser el primero de su familia en estudiar en una universidad. También, a mitad de su educación secundaria encontró una novia de la que se enamoró.
Si bien Isaiah mantiene buenas amistades y una relación estable, en general, sus días son difíciles. Durante su tercer año, comienza a trabajar en un Burger King local para ayudar a sus padres a pagar sus cuentas. Dividir el tiempo entre el trabajo y la escuela significa que sus calificaciones sufren. Y a medida que avanza el undécimo año, muchos de los amigos cercanos de Isaiah dejan de ir a la escuela para unirse a una banda local y se convierten en pequeños traficantes de drogas. Esto no es inesperado; la mayoría de los estudiantes de la escuela de Isaiah no se gradúan.
La universidad comienza a parecer poco probable e Isaiah comienza a cortar clases para pasar tiempo con sus amigos, quienes lo alientan a unirse a ellos para entregar drogas. Al principio, se niega, temiendo las consecuencias. Pero cuando sus amigos le dicen a Isaiah el dinero que podría ganar, no puede resistirse. Él cuadruplicaría fácilmente su salario actual, por lo que acepta vacilante la oferta.
Poco después de comenzar a traficar drogas, Isaiah abandona la escuela secundaria. Él también renuncia a su trabajo. ¿Que sentido tiene? Ya está haciendo más que suficiente dinero. Y pronto se compromete con su novia de la secundaria, lo que significa que necesitará más que un salario de Burger King para mantener tanto a sus padres como a su nueva familia.
La mayoría de las entregas de drogas de Isaiah se realizan sin problemas. Pero un día, mientras intercambia un pequeño paquete en un callejón, escucha las sirenas de la policía. Lo han atrapado. El nuevo alcalde de la ciudad ha prometido ser duro con el crimen, e Isaiah inmediatamente sabe que está en serios problemas. En última instancia, un juez le otorga una pena de prisión de cinco años en una prisión local de seguridad media.
El tiempo allí es brutal. Su celda es pequeña, ruidosa y sucia. Cada parte de su día, desde que se despierta hasta sus horas asignadas en el patio, está estrictamente reglamentada. Muchos reclusos son conflictivos y violentos, y para defenderse tiene que endurecerse, volverse agresivo y antisocial. Mientras está encerrado, su familia sufre financieramente, e Isaiah les promete que hará todo lo posible para conseguir empleo mientras está encarcelado. Obtiene su GED (examen de desarrollo de educación general) y se inscribe en cursos adicionales de contabilidad y finanzas. A Isaiah le gusta aprender y se siente más preparado para la vida en el exterior. Pero permanece solitario y amargado con su entorno y el sistema de justicia.
Después de cinco largos años, finalmente es liberado, y puede abrazar alegremente a su esposa y sus padres. Pero a los pocos meses, se enfrenta a una dolorosa realidad. Haga lo que haga, Isaiah no puede encontrar un trabajo a tiempo completo. Cada trabajo que le rechaza cita su nuevo historial criminal. Continuar su educación en prisión fue en vano. Pronto, su situación financiera combinada con el estrés de los años que pasó lejos de su familia comienza a dañar seriamente su matrimonio, y la esposa de Isaiah solicita el divorcio. Sin ninguna esperanza de una vida mejor, y agraviado por su aislamiento social, Isaiah contacta a sus viejos amigos para volver al narcotráfico.
Historias como esta ocurren regularmente en todos los Estados Unidos. Si bien la idea del gobierno de una”justa retribución” supone que las cárceles harán que las personas paguen por su crimen, la realidad es que las personas no solo soportan condiciones de prisión abominables que institucionalizan el comportamiento negativo, sino que continúan siendo castigadas por sus crímenes mucho después de salir. Los condenados se liberan con demasiada frecuencia sin perspectivas ni oportunidades de empleo; casi la mitad de los ex presos no reportan ganancias en el primer año después de salir de prisión. Y las condenas no solo afectan sus perspectivas laborales. Como nuestra historia indica, la prisión puede separar a las familias. Por cada año que una persona casada está en la cárcel, la posibilidad de divorcio aumenta en un 32%. Esto también puede destruir comunidades y dejar a los niños viviendo en hogares de padres separados.
Los Estados Unidos se fundaron con el principio de que cualquier hombre podría trabajar duro para vivir el “sueño americano”. También es un lugar que debería ofrecer a las personas segundas oportunidades: redención por errores pasados. Pero desafortunadamente, la población carcelaria desproporcionadamente grande de Estados Unidos no le da esa oportunidad a la gente. Castiga a las personas que a menudo han crecido en la pobreza y las privaciones, dejándolas resentidas y sin perspectivas de trabajo. A menudo, esto les hace volver al crimen, y casi el 45% de los condenados liberados regresan a prisión dentro de un año. Comparemos esto con Dinamarca, donde los prisioneros de baja amenaza pueden usar su propia ropa, cocinar sus propias comidas e incluso viajar a las ciudades locales para trabajar y estudiar. También obtienen un “oficial de contacto” que les ayuda a prepararse para el regreso a la sociedad. Suena cómodo, ¿verdad? Pero este modelo significa que tan solo la mitad de los prisioneros reinciden en comparación con las tasas en los Estados Unidos.
Obviamente, aquellos que no se someten al estado de derecho deberían enfrentar consecuencias, y el encarcelamiento a menudo es necesario para personas violentas que amenazan a estadounidenses inocentes. Pero como muestra nuestra historia, muchos ciudadanos que podrían contribuir significativamente a la sociedad sufren bajo un sistema de justicia penal que los deshumaniza y los trata como marginados incapaces de cuidarse a sí mismos. Debemos luchar más por una reforma de la justicia penal que permita a los condenados un camino más claro de regreso al mundo real. Esto significa hacer que las condiciones carcelarias sean humanas, reducir las sentencias por delitos no violentos, brindar a los presos recursos de salud mental y, lo que es más importante, apoyarlos en la vida en el exterior, donde puedan encontrar más fácilmente trabajo, aprender de sus errores y vivir una vida mejor.