Los Padres Fundadores concibieron al Senado como un cuerpo digno y atento, que no se inmutaba por las presiones políticas. Sin embargo, hoy, esa descripción parece ridículamente inexacta. Para la mayoría de los estadounidenses, el Senado se caracteriza por un partidismo desnudo y un obstruccionismo arrogante. ¿Cómo se volvió tan ineficaz el “mayor cuerpo deliberativo del mundo”?
Desde el principio, los Fundadores vieron al Senado como una forma de controlar las pasiones del pueblo, representado en la Cámara de Representantes elegida proporcionalmente. El delegado de Pensilvania, Gouverneur Morris, quizás lo dijo mejor: el Senado estaba destinado a “controlar las turbulencias de la democracia”. En el “Federalist No. 62”, James Madison pintó una imagen idealista del Senado como un cuerpo deliberante y majestuoso que protegería a la nación “del impulso de pasiones repentinas y violentas” y evitaría ser “seducido por líderes sectarios en tomar apresuradas e intemperantes resoluciones “. Las diferencias entre el Senado y la Cámara reflejan estos objetivos: menos senadores sirven mandatos más largos, originalmente fueron elegidos indirectamente por las legislaturas estatales e incluso se requiere que sean mayores que los representantes de la Cámara.
La estructura del Senado como un cuerpo que representa a los estados en lugar de las personas también fue un compromiso necesario para la ratificación de nuestra Constitución. Los registros históricos indican que varios estados pequeños y escasamente poblados habrían dudado en unirse a la unión si no se hubiera incluido el Senado, preocupados por que sus voces fueran vencidas por las de los estados más grandes en un cuerpo proporcionalmente representativo. Es importante señalar que la población de la naciente nación no estaba del todo satisfecha: el delegado de la convención James Wilson estimó que dos tercios de la población estadounidense habría votado en contra del Senado si se hubiera sometido a votación directa, y los cinco estados que votaron a su favor representaron a menos del 33 por ciento de la población. Mediante la creación del Senado, los estados más pequeños establecieron su desproporcionado poder de voto, aprovechándolo como una ventaja estructural en nuestro gobierno.
Durante gran parte de la historia de los Estados Unidos, a pesar de la mala distribución, el Senado pareció cumplir sus nobles ideales fundadores. En su texto fundamental La Democracia en América, el diplomático francés Alexis de Tocqueville elogió a los “defensores elocuentes, generales distinguidos, magistrados sabios y estadistas destacados del Senado nuevo, cuyo lenguaje honraría en todo momento los debates parlamentarios más notables de Europa”. A principios del siglo XX, una vez que la corrupción de la maquinaria política de la Edad Dorada se desvaneció, el Senado ayudó a marcar el comienzo de una era de reforma progresiva decisiva que incluyó la aprobación de la Enmienda 17 en 1913, comenzando con la elección directa de senadores. Incluso tan recientemente como en la década de los setenta, la cortesía entre senadores era la norma más que la excepción, y una legislación histórica como la Ley de Presupuesto del Congreso y el proyecto de ley que creo el Comité de Inteligencia del Senado tuvo un amplio apoyo de ambos partidos políticos. El ex líder de la mayoría Mike Mansfield (D-MT), quien sirvió de 1961 a 1977, describió su cámara como “100 hombres y mujeres independientes”.
Sin embargo, esta institución una vez venerada ahora está en peligro. La polarización política ha empeorado dramáticamente en las últimas décadas, provocando la decadencia del compromiso y la proliferación de tácticas partidarias duras en el Senado. Muchos observadores ven la amarga táctica de cerrojo de Merrick Garland o el paro del gobierno diseñado por los republicanos del Tea Party en el Senado en 2013 como símbolos poderosos de la disfunción del gobierno. De alguna manera, ambas partes buscan aplastarse mutuamente. En 2009, los demócratas aprobaron la Ley de Cuidado de Salud Accesible y en 2017, los republicanos aprobaron los recortes de impuestos de Trump sin un solo voto de oposición. Mientras tanto, el uso fuera de lugar del filibustero para bloquear la legislación ha subido vertiginosamente. Con pocas excepciones, los “100 hombres y mujeres independientes” parecen haberse convertido en agentes de dos clanes amargamente opuestos.
Muchos de los detractores del Senado presentan argumentos convincentes. El Senado privilegia arbitrariamente los votos de las personas que viven en estados pequeños, tanto que en las elecciones del 2018, el voto de un residente de Dakota del Norte valía casi 69 veces más que el de un residente de California. Se prevé que esta asimetría demográfica empeore: según un análisis de los datos de la Oficina del Censo realizado por el Centro Weldon Cooper para el Servicio Público de la Universidad de Virginia, antes del 2040, tan sólo el 30 por ciento de la población estadounidense controlará al 68 por ciento de sus senadores.
La mala distribución del Senado perjudica estructuralmente a ciertos grupos de votantes. Debido a que los estados más pequeños tienden a tener poblaciones más blancas que la nación en su conjunto, el Senado rebaja el poder de voto de las minorías. El estadounidense negro ordinario tiene sólo el 75 por ciento del poder de voto que el estadounidense blanco ordinario, el asiático ordinario el 72 por ciento y el hispano ordinario el 55 por ciento. Actualmente, el Senado también otorga una ventaja partidaria involuntaria a los republicanos, ya que una mayor proporción de votantes republicanos vive en estados pequeños (es importante señalar que durante gran parte del siglo XX, este “gerrymander natural” favoreció a los demócratas). Por esta razón, a pesar de ganar el voto popular en un promedio de ocho por ciento en las últimas tres elecciones al Senado (que comprenden todos los escaños del Senado), los demócratas son actualmente el partido minoritario del Senado.
No obstante, el Senado conserva un papel importante dentro de nuestra democracia. Sirve como un bastion en contra del extremismo legislativo, promoviendo el compromiso a través de su capacidad para vetar proyectos de ley partidarios. El bipartidismo, aunque en decadencia, tampoco está muerto, ya que el Senado ha aprobado importantes leyes de consenso en los últimos años como la Ley CARES, que proporciona estímulo económico en respuesta al coronavirus (96-0); un proyecto de ley de emergencia de 4.6 billones de dolares para mejorar las condiciones en los centros de detención de migrantes (84-8); y la Ley de Primeros Pasos, una ley de reforma de la justicia penal para ayudar a reducir la reincidencia (87-12).
En los últimos años, las demandas para reformar un Senado que se considera cada vez más disfuncional han alcanzado un punto álgido. Para el disgusto de los aspirantes abolicionistas del Senado, la representación equitativa de cada estado en el Senado está firmemente arraigada en nuestra Constitución. El artículo V, que describe el proceso para enmendar la Constitución, explícitamente prohíbe privar a cualquier estado de su “sufragio igual” en el Senado sin el consentimiento unánime de los 50 estados.
Sin embargo, el hecho de que el Senado no sea abolido no significa que no pueda reformarse. En particular, los académicos han formulado tres propuestas principales para cambiar la estructura del Senado para hacerlo más representativo. Primero, algunos abogan por desempoderar al Senado y trasladar muchas de sus responsabilidades a la Cámara, de manera análoga a lo que le ha sucedido a la Cámara de los Lores británica, a partir de la cual se ha modelado el Senado. En segundo lugar, ha habido solicitudes para incluir nuevos estados en el Senado, como Washington D.C., Puerto Rico y posiblemente incluso territorios o tribus americanas (o para dividir los estados existentes). Y tercero, muchos han pedido la abolición de la regla de clausura del Senado (permitiendo el infame filibustero), que ha sido reformada dos veces antes (en 1917 y nuevamente en 1974) y que los académicos constitucionales dicen que podría lograrse por una mera mayoría de votos. Los méritos últimos de estas propuestas siguen siendo muy controvertidos, pero ofrecen posibilidades de reinventar una institución que muchos consideran anticuada.
En última instancia, nuestra cámara alta tan difamada, aunque defectuosa, juega un papel importante en nuestra democracia. En muchos sentidos, sirve como un microcosmos de nuestra propia nación: diseñada con grandes ambiciones que a menudo no ha logrado cumplir. Y al igual que nuestro país, podemos apreciar sus virtudes mientras lamentamos sus deficiencias y abogamos por el cambio, luchando constantemente por un Senado más perfecto.