La democracia constitucional es lo que mantiene en marcha y funcionando a los Estados Unidos, y eso vale la pena preservarlo. Exploremos cómo este concepto fundamental es relevante para nuestras vidas.
La democracia en sí es un concepto revolucionario. A lo largo de la historia ha habido muchos más ejemplos de reyes y reinas que gobiernan a la gente que de personas que se gobiernan a sí mismas. De hecho, la idea de que la legitimidad del gobierno se deriva de la soberanía popular en lugar del derecho divino de los gobernadores, o simplemente del poder, fue desconocida durante gran parte de la historia.
Pero como la antigua Atenas, la primera democracia de la historia nos enseña simplemente celebrar elecciones no es suficiente. La democracia pura puede convertirse en una ley de la calle dejando la sociedad en desorden. Una innovación necesaria, por lo tanto, fue el uso de una constitución para crear un sistema estable de gobierno que protegiera ciertos derechos fundamentales. Nuestros fundadores entendieron que solo dentro de ese marco podrían cumplir la promesa de nuestra Declaración, que garantiza la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Sin duda, Estados Unidos no ha estado a la altura de esta promesa a lo largo de su historia, pero estos ideales continúan sirviendo como una estrella guía hasta el dia de hoy.
Para comprender la importancia de la democracia constitucional en la vida cotidiana, imagínese que Usted entra a una tienda para comprar leche. Al salir, el alcalde choca contra Usted sin querer y le hace derramar la leche sobre su traje. El alcalde es un hombre popular, pero también tiene un genio explosivo. Le amenaza con la cárcel, diciendo que Usted lo asaltó. También amenaza con destruir su reputación haciendo que los periódicos locales publiquen historias sobre su presunto asalto. En una democracia sin constitución, donde la palabra del alcalde puede ser todopoderosa en virtud de su popularidad, este escenario podría ser posible. En una democracia constitucional como la nuestra, no lo es. De hecho, a través de la separación de poderes y la Carta de Derechos, nuestra democracia constitucional protege al individuo de la autoridad dominante de los estados.
Ahora, volvamos a la leche sobre el traje del alcalde. En una democracia constitucional robusta, el alcalde no podría haberlo detenido ni mucho menos haberlo mandado a la cárcel. Es la policía la que se lleva a alguien detenido, y eso solo se hace en base de pruebas. Son un juez y un jurado sentados en un tribunal los que determinan su culpabilidad y el hecho de enviarlo o no a prisión. Además, en una democracia constitucional, el alcalde no podría decirle a los periódicos qué publicar. Sería la responsabilidad de los periodistas investigar la historia, y solo publicarla si fuera verdad. Por eso se le dice prensa libre: son libres de elegir qué publicar. La policía, los tribunales, la prensa: estas no son armas para ser manejadas por un funcionario poderoso para sus propios fines; son instituciones importantes de una democracia constitucional que ayudan a garantizar nuestra seguridad y libertad.
En los Estados Unidos, hemos tenido una democracia constitucional durante tanto tiempo que sus dos partes, “constitucional” y “democracia”, se han fundido. Pero es posible separarlas. En situaciones donde los líderes corruptos toman el poder, los derechos garantizados por una constitución son violados regularmente a pesar de permanecer vigentes. En los últimos diez años, a medida que el autoritarismo se ha ido difundiendo por todo el mundo, hemos visto ese modelo preocupante en Turquía, Hungría y Polonia. Con esto en mente, debemos hacer todo lo posible para preservar nuestra democracia constitucional aquí en los Estados Unidos.