La libertad de expresión es el derecho a decir lo que se quiera, ya sea en privado o en público, sin temor de alguna interferencia, censura o acción punitiva del gobierno.
Fue Benjamín Franklin quien dijo: “Sin libertad de pensamiento, no puede haber tal cosa como la sabiduría; y no hay tal cosa como la libertad pública, sin libertad de expresión. . . ” De hecho, la libertad de expresión es una faceta omnipresente en la experiencia estadounidense y la columna vertebral de nuestro sistema democrático. Muchas de las libertades que disfrutamos cada día, ya sea decir lo que pensamos sobre la política, debatir cuestiones culturales candentes, chismear con amigos o hablar sobre deportes, están protegidas de la interferencia del gobierno bajo la Primera Enmienda. La libertad de expresión es fundamental para nuestro mercado de ideas en constante evolución, nuestros movimientos sociales y nuestra capacidad de hablar y responsabilizar al gobierno.
Dado lo esencial que es esta libertad para nuestra democracia y lo arraigada que está en nuestra vida cotidiana, imaginar la vida estadounidense sin libertad de expresión es una tarea difícil, casi imposible. Pero vamos a intentarlo.
Digamos que Usted vive en una pequeña ciudad a las afueras de Pittsburgh. Un día, escucha murmullos sobre una extraña enfermedad que se originó en China. Al principio, no piensa nada sobre eso. Pero una semana después, lee en el periódico que el primer caso ha sido reportado en el estado de Washington. En pocas semanas, es evidente que la enfermedad se ha extendido por todo el país, y las personas comienzan a dar positivo en su ciudad. Se alarma cada vez más, especialmente porque su esposa es doctora en el hospital local. Sin embargo, a pesar de que las ciudades y los estados de todo el país comienzan a implementar medidas estrictas para hacer frente al brote, incluidos los protocolos de distanciamiento social e incluso las órdenes de permanecer en casa, su alcalde y el consejo de la ciudad se niegan a tomar la pandemia en serio. Están preocupados de que hacerlo significaría perjudicar la economía local.
Como muchos de nosotros hacemos con frecuencia, Usted recurre a las redes sociales para expresar su descontento con las políticas de la ciudad, nombrando al alcalde, así como a los miembros clave del consejo de la ciudad. Sus publicaciones ganan mucha tracción, y muchas personas le agradecen por hablar.
Usted sigue con su vida, más está con esperanzas de que la ciudad tenga sentido común. Pero dos días después, cuando intenta iniciar una sesión en Twitter y Facebook, recibe un mensaje de que sus cuentas ya no existen. Un amigo suyo en la oficina del alcalde le informa que el alcalde, junto con sus aliados, presionó a las empresas tecnológicas para que bloqueen sus cuentas. Obviamente esto le hace enojar mucho. ¿No es este un país libre, después de todo?
Entra en línea y comienza a organizar una protesta en contra de las políticas de la ciudad. No puede usar las redes sociales, pero envía un correo electrónico a todos sus conocidos, recomendando a la gente que se quede en casa y no vaya a trabajar. Concluye cada mensaje con una nota sobre cómo el alcalde intentó silenciarlo. Su mensaje resuena con miles de personas, y al día siguiente, personas de todos los ámbitos de la vida no van a trabajar, sino que se reúnen en un chat masivo en Zoom como un acto de protesta.
Se siente orgulloso del trabajo que ha hecho, con la esperanza de que la ciudad preste atención a las palabras de la gente. Sin embargo, sus acciones enfurecen al alcalde. Esa noche, los policías aparecen en su casa y lo llevan preso frente a su familia por el delito de “incitación”. También se entera de que varias de las otras personas que habían participado en el chat de Zoom ese día también fueron llevadas presas, una de ellas por cargos bastante serios. La policía descubrió que había prendido fuego a la bandera de la ciudad en un ataque de ira.
Después de reunirse con su abogada, decide declararse culpable de los cargos. Ella le informa que bajo las circunstancias de emergencia de una pandemia, el gobierno tiene más poder para castigara los ciudadanos por actos de protesta e incitación. Está condenado a un año bajo libertad condicional. Aunque obviamente está indignado por lo que sucedió, está aliviado por haber evitado la cárcel. Su amiga que quemó la bandera no ha tenido tanta suerte. Ella fue sentenciada a un año de prisión.
Ahora, afortunadamente, ese escenario no es nuestra realidad. En el ejemplo anterior, NO habría sido constitucional quela ciudad presionara a las compañías tecnológicas para que eliminaran sus cuentas de redes sociales. Esto habría sido equivalente a que el gobierno lo silenciara en persona, y el discurso crítico hacia el gobierno es el tipo de discurso que recibe la MAYOR protección bajo la Primera Enmienda. Ciertamente NO hubiera sido constitucional que la ciudad lo llevara preso por el delito de “incitación”. Existe un delito como la incitación, pero a lo largo de los años la Corte Suprema ha restringido significativamente su aplicación, requiriendo “acción ilegal inminente”, en parte porque históricamente ha sido abusado por el gobierno en tiempos de crisis. De todos modos, quedarse en casa y no ir a trabajar, incluso si tal acción causa daño económico, no es una acción ilegal. Es un acto legal de desobediencia civil.
En cuanto a sus compañeros manifestantes, NO hubiera sido constitucional llevarlos detenidos por unirse a la protesta de Zoom. Las protestas reciben una protección sólida bajo el derecho que otorga la Primera Enmienda de reunirse pacíficamente. Y, por último, NO habría sido constitucional que el alcalde castigara a la persona que prendió fuego a la bandera. El acto de prender fuego a la bandera por sí solo, ya sea de la ciudad, del estado o la federal, está constitucionalmente protegido como un acto de discurso simbólico.
Los ciudadanos de los Estados Unidos son extremadamente afortunados de vivir en un lugar que consagra la libertad de expresión (así como el derecho a reunirse pacíficamente) bajo la Primera Enmienda de su Constitución. Sin duda, esa libertad no es absoluta. No cubre el discurso que podría calificarse como obscenidad, amenazas verdaderas o palabras de lucha, por ejemplo. En cualquier caso, las protecciones de libertad de expresión en Estados Unidos son muy amplias, incluso en comparación con otras democracias, y brindan protección a las expresiones controvertidas, ofensivas e incluso de odio. Algunos pueden estar en desacuerdo con la amplitud de estas protecciones, especialmente dado un clima en Internet que se ha vuelto cada vez más lleno de odio. Pero proteger ese discurso es la única manera de saber con certeza que estamos protegiendo el discurso crucial que permite a las personas responsabilizar al gobierno y expresarse en un mercado vibrante de ideas. La alternativa a esto es la interferencia y la censura del gobierno. Algunos países, incluidas algunas democracias, toman esa ruta. Somos bendecidos de vivir en un país que no lo hace.